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Evangelio 27 de mayo

Del Libro de Sirácida 42, 15-26

Voy a traer a la memoria las obras del Señor
y a contar lo que he visto.

Por la palabra de Dios ha sido hecho todo cuanto existe
y el mundo entero está sometido a su voluntad.
Como la luz del sol ilumina todas las cosas de la tierra,
la gloria del Señor llena la creación.

No les concedió a sus ángeles
contar todas esas maravillas,
que el Señor todopoderoso estableció firmemente
como una prueba manifiesta de su gloria.

El Señor penetra hasta el fondo de los abismos
y de los corazones,
y conoce todos sus secretos,
porque él posee toda la ciencia
y conoce el movimiento de los astros;
descubre lo pasado, anuncia lo futuro
y revela los más recónditos misterios.
Ningún pensamiento se le oculta,
ninguna cosa se le escapa.

Aquel que existe antes que el tiempo y para todo tiempo,
dio esplendor y grandeza a las obras de su sabiduría.
Nada se le puede añadir,
nada se le puede quitar
y no necesita consejero.

¡Qué preciosas son las obras del Señor,
y eso que apenas una chispa es lo que vemos!
En el universo todo vive y dura para siempre
y obedece al Señor en todo momento.

Todas las cosas difieren entre sí,
y sin embargo, se complementan.
Nada de lo que ha hecho el Señor es inútil;
cada una de ellas afirma la excelencia de la otra.
¿Quién se cansará de contemplar la gloria del Señor?

Evangelio según Marcos 10, 46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate, porque él te llama”. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.